Predicciones trasnochadas para el 2013

Preludio

Esto debió haberse escrito antes, en la timidez de los primeros días de enero, cuando el 2013 aún anduviera entumecido y no ahora que las articulaciones de los días ya desarrollaron la capacidad de sucederse. Uno tras otro y otro tras uno hasta que entramos en los veinte[1]. Como mi edad. Con la diferencia de que yo no contaré jamás trescientossesentaycinco. No estoy segura de poder soportar más de cien años la curiosidad por la muerte. Quizá cuando le conozca y comprenda de qué va, me regrese al mundo de los vivos para seguir contando años y otras cosas. Como el trotamundos de Melquíades. Aunque mi motivo no sería nunca la soledad sino el aburrimiento. Al menos hoy. En los primeros días de enero hubiera podido afirmar lo contrario. Pero para fatalidad de la gente inconforme, desde Nueces para el amor lo que hubiera podido ser no existe. O para mayores perturbaciones, desde el antiguo Heráclito en el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos. Las aguas fluyen. Y a pesar de que en el tiempo no puedes bañarte, se comporta con la misma insolencia que el río. Lo cual aplicado a la escritura –en el nombre de la transdisciplinariedad, interdisciplinariedad, multidisciplinariedad de los conocimientos y otros atropellos lingüísticos semejantes- implica que el escribiente no puede escribir lo miso dos veces. Las palabras son a la escritura lo que el agua al río, como el escribiente es a las palabras lo que el tiempo a cada día. Y a pesar de que en una obra escrita no puedes bañarte, se comporta con la misma insolencia que el río. Por eso lo que hubiera escrito en los inicios de enero, de ninguna manera podría ser igual a lo que escribo ahora. Es una lógica invencible de la realidad. Pedir a alguien que escriba algo como lo que escribió –o hubiera escrito- alguna vez, es pedirle que vuelva a ser como ya fue. Es casi pedirle que se imite. Chaplin cuando se imitó a sí mismo en un concurso donde asistían aficionados para imitar a Charlot, no consiguió ganar. El peor imitador que tiene una persona es sí misma. Por suerte, siempre podremos culpar a Heráclito.

Alas de mariposa

Mis predicciones surgen entonces en el instante en que mis más recientes vivencias las determinan. He dicho en otro momento, cuando la desorientación me ha conducido por senderos erráticos, o no premeditados, que uno nunca llega tarde ni temprano a ningún sitio sino en el segundo exacto en que debió haber llegado. La puntualidad es una convención que contradice la naturaleza cíclica del tiempo al intentar su segmentación. Cuando arribamos a un encuentro treinta minutos después de la hora pactada, incurrimos en una tardanza coyuntural que significa la llegada precisa a algo posterior desconocido. Lo trágico y maravilloso es que nunca podremos demostrarlo. Hay que creerlo como se creen tantas otras cosas improbables. Por la esperanza de serendipia. Sin embargo, la última vez que argumenté esto, incluso utilizando referentes históricos de lo efectivo de las dilaciones, me respondieron que mis razonamientos formaban parte de una excusa para ser impuntual sin enfrentar remordimientos. Que es muy probable. El subconsciente tiene voces poderosas. La verdad es que no podría definir si mis conjeturas –o elucubraciones- expresan un intento de reivindicación de mi consciencia o ciertos deseos incontenibles por relacionar el tiempo con el curso de los acontecimientos. Por encontrar explicaciones a situaciones caóticas que, para nuestros supuestos, no debían ocurrir y ocurrieron, quebrando algún tipo de orden. Hasta la más pequeña gota de rocío caída del pétalo de una rosa al suelo repercute en la estrella más lejana. Esa lógica me desarma. La cautivación que me provocan los sentidos ocultos en realidades que incomprendemos supera la necesidad moral de justificar mi falta con el tiempo. Admito el error en el presente, pero lo entiendo distinto cuando se incorpora a una historia. Se trate de una historia personal o nacional. Lo cual significa –“lo” no la historia, “lo” no el error, “lo” sí la cautivación-, que soy determinista.

Mientras escribía estas predicciones, que hasta ahora no predicen nada –y es muy posible que no lo hagan-, leí un ensayo sobre los modelos teóricos del universo. No porque este tipo de materiales integren mi selección de lecturas habituales, sino porque se me antojó de repente entender cómo el aleteo de una mariposa podía originar una tormenta a miles de kilómetros y cientos de horas de distancia. Había visto con entusiasmo la película de Ashton Kutcher, pero nunca con motivaciones cognitivas. En ese entonces cuándo me preguntaban de quién era una película, respondía mencionando a los actores o actrices que trabajaban en ella. Me había digerido el star system de Hollywood. El director y su séquito constituían una nómina de asalariados con nombres inmemorables que, como no aparecían en la pantalla, simplemente no existían. Todo cuanto obtuve de El efecto mariposa (2004) fue unos cuantos minutos de entretenimiento. De complacimiento retinal. O de una formidable enajenación cultural, para mayor satisfacción de la industria y pesadumbre de los frankfurtianos. No obstante, los efectos no resultaron tan narcotizantes. Años después, aunque no en Trípoli ni junto a una roca, no solo me he convertido en un ser capaz de reconocer una película como una obra cinematográfica con autoría sino que además me precio con una lectura sobre la posibilidad -o no- de conocer y predecir el comportamiento de la realidad. Todo por el aleteo inofensivo de una mariposa sobre un pétreo mastodonte asiático.

El exhaustivo ensayo, lo que dice en sus veintitantas páginas es que en el clan de personas que se han preguntado por el mundo convergen dos bandos no necesariamente antagónicos. El determinista, representado por el alemán Albert Eisenstein, Newton y otros atormentados, y el caótico –convengamos en decirle así- con el belga Ilya Prigogine, Poincaré y más apellidos que ya no recuerdo. El primero, asegura que en el universo nada es casual sino causal: desconocer las causas de ciertos fenómenos no supone que las mismas son inexistentes sino que nosotros somos ignorantes. Para ellos el azar no es una explicación posible para lo inesperado o impredecible. Si no conseguimos entender algo se debe a nuestras propias limitaciones humanas, a la ignorancia de ciertas leyes del funcionamiento del mundo. Mientras, el segundo, defiende la idea de que el universo funciona con orden y caos. Reconocen, por supuesto –son científicos-, que hay sistemas estables, es decir, cosas que pasan invariablemente de una manera y no de otra por la intervención de una ley específica, pero advierten que la imprevisibilidad de un fenómeno existe per se y no porque a alguien le resulte imprevisible. Y ahí van. Unos luchando contra su ignorancia para lograr conocer el universo y descubrir el orden en el caos aparente, y los otros unos, intentando descifrar las condiciones bajo las cuales se pasa del orden al caos y del caos al orden.

Pero lo que yo recupero de sus discusiones para mis esfuerzos por predecir, es que lo importante no es tanto anticipar el efecto de una causa en un espectro amplio de posibilidades sino el impacto de cada uno de esos efectos posibles. En otras palabras, ¿de qué realidades potenciales podrían volverse causas? Apliquemos una lógica minimalista un instante –solo un instante porque yo me inclino más por la despampanancia del barroco-. Si nuestro instituto de meteorología pronostica lluvia, lo que más preocupa no es tanto si llueve o no, como lo que se haría en cada situación. Lo útil de predecir no consiste en lograr una adivinación infalible de los hechos sino en ser capaz de imaginar los escenarios que se derivarían de esos hechos. Similar a una partida de ajedrez. La ciencia de la anticipación estratégica. El movimiento que correspondería a determinado movimiento. Aunque claro, hace falta tener la sospecha de lluvia.

Paz en Colombia

   Hace unas cuantas semanas, en el contexto de un taller al que llega gente de muchas partes a intercambiar historias sobre emancipaciones, conocí a un grupo de colombianos que venían de diferentes Colombias. Cada uno traía consigo su verdad. Debajo del sombrero, dentro del zapato, a cuestas sobre la espalda o al alcance de la mano en un bolsillo del pantalón. Un trozo de realidad. Una dimensión subjetiva conformada por hechos, lugares, personas, conflictos, identidades, emociones, ideas. No hermetizadas con certezas. Sí franqueables con preguntas. Porque si una pieza no reconfigura sus límites al entrar en interacción con otra pieza, nunca podrán encajar para formar una imagen nítida. La intransigencia con los límites propios es la mayor limitación del mundo. Aísla. Impide hacerse uno en lo múltiple. Si una pieza no adecua sus bordes para ensamblarse con otra, deforma a esa otra buscando que se ajuste a ella –en vez de buscar un ajuste recíproco-, o terminan dibujando juntas un adefesio con fisuras visibles. Colombia y todas las sociedades que buscan liberarse, si no consiguen armonizar sus diferencias, pueden terminar convertidas en adefesios. Cúmulo de piezas forzadas a permanecer una al lado de la otra sin estar unidas. Una figura malograda. Constituida no por la sólida articulación de sus partes sino por la forzosa aplicación de un pegamento chorreante. Con partes que, no obstante su arbitrario amalgamiento, se van desprendiendo más y más, dejando  agujeros espantosos en el cuadro ideal de lo que en algún momento se quiso ser. Y habrá siempre gente dispuesta a colocar más pegamento. Que dirá no luce tan mal. Nuestro vino es amargo pero es nuestro vino. Que estremecerá a los restos del hombre en Santa Ifigenia. Gente que sonreirá ante lo burdo. Que mientras tenga pegamento a su alcance, ignorará a las piezas que se desasen. Gente tan aferrada a sus límites, que si la obra se convirtiera un día en una costra indefinida, aplaudiría efusivamente con las manos embadurnadas de pegamento su gran chapucería, sin dolerse un poquito por todas las piezas perdidas. Que se apartan ya ni siquiera por el empalagamiento atmosférico sino porque han asumido el apartarse con la misma incondicionalidad de una tradición cultural. Pero yo estaba hablando de Colombia y no de los efectos divisionistas de ningún pegamento.

Lo importante es no olvidar que lo único que permite la unidad entre piezas distintas con un mismo fin existencial es el consenso genuino. No el convencimiento de lo que una persona o grupo de personas considera que es lo mejor para todos. No la verticalidad. No la uniformidad del pensamiento. Menos aún de la imaginación y los sueños. No esa macabra caricatura de la unidad que nombramos unanimidad. No la subestimación de la inteligencia de los otros. No el paternalismo soberbio que desconoce las capacidades de cada persona para decidir sobre su destino. No la sospecha enfermiza del compromiso, la ética y profesionalidad de cada quien. No el cuestionamiento de la integralidad de un ser humano. No el miedo a cometer errores. Menos negar a otros la oportunidad grandiosa de equivocarse. No la desconfianza por demasiada confianza en sí mismo. Nunca sobreponer la voluntad individual a la colectiva.

El consenso implica diálogo. Un diálogo sobre los pilares del respeto a las verdades de cada pieza con las que pretendemos crear algo en conjunto. Contemplar la posibilidad de ceder. Saber que ceder no siempre es negarse sino también reconocer que mi manera de ver y hacer el mundo no es la única ni la más correcta. Existen tantas maneras como personas. Pensarse en plural. Aprender que priorizar el bien común no implica difuminarse como individuo. Que para unirse no hace falta homogenizarse. Que basta con aceptarnos en nuestras diversidades. Una sociedad armoniosa no se construye con piezas idénticas. Como la música no se hace con la repetición de un mismo acorde. Ni la poesía –un poema, quizás sí- con una misma palabra. La belleza es la conjugación lógica de elementos distintos en su justa proporción. Y no existe una lógica universal.

El desafío del proceso de paz en Colombia consiste en hacer música. Lograr una sinfonía donde intervengan todos los instrumentos musicales que buscan componer la paz, sin que uno intente prevalecer sobre los otros ni hacerse oír más alto. Si bien cada quien vive, problematiza y concibe la paz a su manera, una sola persona o grupo social no puede construir la paz en Colombia. Ni siquiera la suya propia. Es un problema en común que amerita soluciones en común. Esfuerzos organizados, coordinados, racionalizados. Trabajadores, estudiantes, mineros, campesinos, mujeres, intelectuales, artistas, dirigentes políticos, comunidades originarias, movimientos sociales populares, pueden demostrar la más auténtica voluntad de paz, que si no articulan las voluntades de todas y todos, no habrá paz para nadie. Por más estratificada que se encuentre la región, por más diversa que sea, si quienes padecen la guerra no se entienden como colombianos por encima de cualquier particularidad, si no sobreponen lo que les unen a lo que les separan, no habrá posibilidades para que sus intenciones de pacificación fructifiquen.

Las conversaciones entre las FARC-EP y el gobierno de Juan Manuel Santos que se desarrollan en La Habana, con el fin de encontrar una “solución política al conflicto armado”, sin dudas influirán en el cauce del proceso. Los escenarios económicos, sociales y políticos que propicien los acuerdos -y desacuerdos- que allí se produzcan, podrán ser más o menos favorables para la construcción de la paz en Colombia. Más o menos favorables para el tipo de paz que requiere el poder que representa Santos. Más o menos favorable para el poder que se beneficia de la guerra y cuestiona la legitimidad de las negociaciones y los puntos fijados en la agenda. No creo que, de seguir prosperando tal diálogo, los resultados consigan ser favorables para ambas partes en igual medida. En la historia de los pactos y convenios entre opuestos, siempre hay un bando que gana y otro que pierde. Casi siempre gana el más fuerte. Sin embargo, en el caso colombiano, hay demasiado embrollo acerca de la cuestión de la correlación de fuerzas. Ahí declaro mi incapacidad para intervenir. Incluso ahora cuando intervengo en lo más general, lo hago desde la perplejidad que siempre me ha suscitado ese país. Intentando eludir, sin desconocer, las brechas existentes en mi comprensión de una realidad que no vivo ni he vivido, sino a través de testimonios, películas, noticias, novelas literarias, artículos de opinión, letras de canciones. A través de las sensibilidades de otros.

Pero el determinante esencial de la paz es el pueblo colombiano en su heterogeneidad. Independientemente de cuál sea el final de la obra que protagonizan las FARC y la administración de Santos, de que tan  beneficiosas o adversas sean las circunstancias que generen las negociaciones, la responsabilidad de reinventar una nación donde predomine el respeto a la vida humana, es de la sociedad en su conjunto. En Cuba no se hará la paz, porque ese problema no se resuelve con la firma de un convenio. Porque la guerra no se restringe a una serie de confrontaciones bélicas sino que abarca un sistema sociocultural sustentado en una cosmovisión específica. La violencia, la pobreza, el narcotráfico, el hambre, las desigualdades, la corrupción, no se solucionarán con el fin del conflicto armado. La idea de una paz con justicia social responde a la necesidad de identificar y enfrentar las causas que suscitaron -y suscitan- rebeliones de distinta índole. Mientras no se transformen las realidades que originaron –y originan- la dislocación y desequilibrio de la sociedad, hacer la paz resultará una tarea tan infecunda como intentar navegar en un barco vulnerado por orificios. La paz implica radicalidad. No puede ser paliativa. Ni parcial. La paz se demanda integral. Multidimensional. Transversal. Que atraviese lo subjetivo, familiar, comunitario, gubernamental, legislativo, económico, nacional, continental. Supone la promoción de nuevas prácticas sociales, estructuras organizativas, valores, imaginarios, sentidos, relaciones comerciales, instituciones. Es un proceso de desaprendizaje y aprendizaje simultáneos; de ruptura y escisión profundas; de resignificación de la vida y la muerte; de transformación de los modelos sociales de producción; de innovación, creación, dignificación.

Claro que en Colombia hay mucha gente que sabe del reto que significa la paz y lo demuestra en sus luchas y resistencias diarias. No es posible precisar si existe una consciencia generalizada acerca de la importancia de la participación ciudadana en la creación de una nación fraterna, pero sí se percibe una multiplicidad de sujetos sociales que desde sus espacios y saberes contribuyen a la realización de esa utopía. Quizá necesiten mayor organicidad. Funcionar más coordinadamente. Aunarse en torno a un proyecto inclusivo que potencie sus fuerzas sin descolorar la identidad de cada una. Volverse ola. Estampida. Concentrar los ímpetus. Conmocionar. Aunque no desde la violencia sino más desde los afectos.

Recuerdo ahora una fotografía que salió cuando las protestas estudiantiles contra el proyecto de reforma a la Ley 30, en la que un joven aparecía abrazando a un policía. La imagen es sobrecogedora.  Resemantiza la violencia. Simboliza la reconciliación. Devela el carácter fratricida de una guerra en la que tanto el que dispara como el que aloja la bala son víctimas. Porque vivir para matar es también una forma de morir. Para que una guerra funcione es imprescindible definir un enemigo y volverse enemigo del enemigo definido. Cuando dices que tu enemigo no es tu enemigo, estás desmoronando la lógica de la guerra. Más si transformas la energía que inviertes en odiar, en amar. Es aprender a perdonar. Jamás a olvidar. Perdón no es olvido. La grandeza humana del perdón consiste, precisamente, en perdonar el dolor que es difícil de olvidar, cuando no imposible. No hay nada extraordinario en perdonar las cosas que pueden olvidarse con facilidad. Y tampoco se trata de hacerse cómplice de la injusticia. Una sociedad que se quiera justa no puede indultar sus crímenes, por más antiguos que sean. Pero justicia no es venganza. Ni todos los enemigos son criminales.

Reconciliación es recuperar el equilibrio perdido.

Seguro habrá a quienes les provoque risa la idea. La historia como mismo nos sirve de profeta que nos avisa de lo que puede volver a ser, nos puede servir de condena que nos impida creer en lo que aún no ha sido. Imaginar más allá de lo conocido no es fácil. No predecir los acontecimientos con infalibilidad sino contemplar los escenarios que se derivarían del espectro de acontecimientos posibles. Con la esperanza de serendipia. Si lo imprevisto sucede, la creatividad salva. Pero para que algo sea imprevisto, tiene que haberse previsto otra serie de algos. Para notar el caos, hay que conocer el orden. El caos solo es respecto a un orden. Lo imprevisto solo es respecto a lo previsto. Es lo que la imaginación no alcanza, pero permite identificar cuando aparece.

A lo mejor la paz sea eso, un desafío a la imaginación.

Por suerte, Heráclito siempre será culpable.


[1] Fecha correspondiente al inicio de la escritura, trágicamente distante de la fecha de terminación y publicación.

4 respuestas a “Predicciones trasnochadas para el 2013

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  1. Hum, si me hubieras entregado todo esto en varios posts (y sí, me doy cuenta de los hilos subterráneos que conectan estas predicciones) lo hubiera disfrutado aún más. Pero el blog es tu espacio soberano, así que lo que diga en ese sentido sobra. En serio, espero más de esto (y más dosificado). Saludos,
    R

    1. Gracias por leer. Estoy intentando hacer lo que sugieres. Al inicio iba a escribir también de la asamblea nacional, de Raúl Roa y el cometa ISON. Y más al inicio aún, de verdad tenía la intención de hacer predicciones. Disparatadas, pero predicciones. Pero una vez que empiezo a escribir, cualquier cosa puede resultar. Esto es un avance. Tuve que hacer un gran esfuerzo para renunciar al cometa. Iré aprendiendo. Espero. Gracias otra vez.

  2. Monique:
    mi primer comentario es que sí: cada vez eres más «ensayista» que bloggera…. pero todo bien, este es tu espacio y debes hacer con él lo que te de la gana.
    Lo segundo es que me ha gustado mucho la parte de las predicciones y el efecto de mariposa, creo que encontré en ellas las repuestas a muchas de las preguntas que tú misma te estás haciendo por estos días. Al final, siempre te digo que la solución siempre la sabemos, siempre está en nosotros. Una vez más la psicología social viene a mi mente y me recuerda las tantas lecturas y memorizaciones acerca de la «Disonancia Cognitiva». Le añadimos las razones a la parte de la balanza que nos interesa que cobre mayor peso.
    Leéte bien y vas a encontrar todo lo que necesitas.
    Lo tercero: eres determinista o caótica???? no me queda claro, de hecho no me hallo yo misma, las dos posiciones me parece tan bien argumentadas…….. yo, en realidad creo que cada cosa que hacemos determina el siguiente paso que daremos, tiene un efecto, pero también me apunto en lo de que todo está en el justo momento en que le tocaba, ni más allá ni más acá.
    Un beso.

    1. Las dos cosas. El determinismo no excluye el caos ni el caos el determinismo. La diferencia es que el determinismo intenta determinar el caos, lo cual es imposible porque el mundo nunca será absolutamente cognoscible, o al menos no absolutamente cognoscible por una sola persona, y el caos acepta la existencia del caos sin angustias. El determinismo necesita encontrar el sentido de todo, el caos encuentra el sentido en sí mismo. Al menos eso es lo que yo entiendo. Si quieres te paso el ensayo. Y tu, a mi examen, eres determinista. Hay más belleza en las relaciones lógicas de las cosas que entre relaciones arbitrarias. Despues de todo es una decisión. Elige creer en uno o en otro modelo y listo. Ambos son refutables al final.
      Mira que hablo mierda… Jejejeje….

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